“En el cine uruguayo hay pocos desnudos”. A partir de este comentario—bastante repetido tanto por el público como por la crítica—surgió la idea de llevar a cabo un ejercicio casi lúdico: buscar en las películas uruguayas todas las escenas en las que hubiera al menos un cuerpo desnudo o una parte de uno. Una nalga, un testículo, una teta, lo que fuera. Como un ejercicio inútil, tal vez una excusa para mirar las películas. En determinado momento incluso surgió la idea de llevar a cabo esta búsqueda con diferentes objetivos: encontrar todas las escenas en las que hubiese un arma, todas las escenas en las que se dijera determinada palabra, todas las escenas en las que alguien fumara un porro…y todo así. Un ejercicio que podía ser repetido al infinito, tal vez como una forma extraña de acercarse y entender un poco más el cine uruguayo. A partir de este ejercicio es que surgió un vídeo ensayo, y con él varias preguntas: ¿qué lugar ocupa el cuerpo dentro del cine uruguayo? ¿Cómo se filma a los cuerpos cuando están desnudos?
El trabajo intenta responder de forma parca, limitándose a las imágenes, evitando hacer más comentarios que aquellos que se puedan intuir a través de la música incidental de Yo la tengo. El número del título refiere al total de planos de desnudos encontrados. Todos los planos se suceden en el montaje de mientras—con una sonrisa ladeada—vamos descubriendo un panorama que combina algo de puritanismo y explotación. Armado en bloques que asocian estas imágenes entre sí, todo arranca con la idealización del cuerpo femenino en El Dirigible (Pablo Dotta, 1994), donde la vagina fotocopiada de Laura Schneider parece, para su contraparte masculino, superar la unidimensionalidad del papel blanco y negro.
De alguna forma, este primer plano, en el que se representa la distancia entre cuerpo e imagen, funciona como resumen de la idea central: la fotocopiadora como aparato de registro—como una cámara—de aquello que es objeto de deseo y que, como anticipaba Warhol, podrá ser copiado y reproducido al infinito. Por un lado la cámara, por otro los cuerpos.
La forma en la que es filmada la desnudez y el sexo en la mayoría de las películas, evidencia un patrón bastante predecible del cual el cine uruguayo no escapa necesariamente: hay más desnudos femeninos que masculinos, el punto de vista del hombre predomina en la gran mayoría de las escenas de sexo por sobre el punto de vista de las mujeres, casi no existen escenas de sexo entre varones, tampoco entre mujeres, es más probable ver tetas que pijas, es más probable ver flacos que gordos, es más probable ver lindos que feos. Este patrón nos revela un mundo un poco conservador, aunque somos conscientes que es de lo que se trata en gran medida el material audiovisual que se consume. Lo que sucede es que estas ideas, en las que la gran mayoría de los contenidos se basan, son las ideas sobre las que muchas veces construimos nuestra propia realidad. De ahí que resulta importante problematizarlas.
Las conclusiones que se obtienen del trabajo—como se explica al principio—se parecen a preguntas más que a respuestas, pero en resumidas cuentas podemos decir que: hay trabajos más preocupados por el cuerpo que otros. Algunos entienden lo que significa un cuerpo delante de una cámara y la importancia de un desnudo frontal masculino. Otros parecen más despreocupados y recurren al erotismo mostrando tetas y apelando a la sensibilidad masculina heterosexual, lo cual resulta un poco anticuado—aunque también es muy probable que se trate de escenas que funcionan más como un elemento de guion que como ideas en sí mismas. Por eso es que resultan más interesantes puntos de vista como el de La Perrera (Manolo Nieto, 2006, plano nº2) donde el protagonista sentado en el wáter se mira los testículos, mientras la cámara lo sigue muy de cerca. No por el erotismo—que no lo hay—, no por el sexo bien filmado—que no existe—sino por lo particular de la mirada y por la astucia de poner la cámara allí, tan cerca del cuerpo, que casi se puede oler.
16 Desnudos plantea una tesis a través de recortes y nos avisa—no sin cierta gracia—que tenemos que estallar o, de lo contrario, seguiremos muertos de la cintura para abajo.